Si cierras los ojos en el huerto y empiezas a tocar, se abre todo un mundo de sensaciones: humedad, sequedad, hojas rugosas o aterciopeladas, espinosas o peludas, tallos satinados o nudosos. Prueba a identificar las plantas con los ojos cerrados…

Las sensaciones que experimenta el cuerpo durante el trabajo normal también son muy variadas, desde el calor del sol sobre la piel, el sudor o el viento que lo seca, hasta la aspereza de la tierra reseca en las manos, los arañazos y pinchos o el chorro de agua limpiando tus brazos.

Aunque empieces a trabajar con guantes, siempre acabas ensuciándote las manos con tierra. Es un retorno a la infancia y una liberación, como estar toda la vida de vacaciones. Al meter las manos en la tierra, puedes pensar que toda tu energía negativa, todo tu estrés, todo lo que no te gusta del mundo y de ti mismo se descarga y se diluye en ella. ¡Eh, vigila el negro de las uñas si al día siguiente vas a la oficina!

Del libro El huerto curativo, Capítulo 1: Un lugar sin estrés.